Echando cuentas de lo no vendido



El manojo de llaves gira frente a la cerradura de la puerta del piso. Vengo con los pies y la cabeza dispuestos a meterse en hielo; ha sido un día como últimamente vienen siendo todos: Aciago.
Debiera de animarme un poco saber que la crisis más gorda del siglo ha hecho que los desafortunados nos contemos por millones, pero eso de "mal de muchos…" no me parece un consuelo digno ni justo; quizás mis inacabables visitas a las tierras que poseo alrededor de mi castillo en las nubes hayan hecho que descuide las cosas del mundo real, aunque siempre me justifique pensando que nada es bonito ni agradable.
Ni un solo contrato en la cartera; ni una sonrisa guardada en el recuerdo… Un día más de ilusiones no halladas.
"De ilusiones no se vive", suelen decir los que usan el pragmatismo, pero es herramienta que desconozco ya que desgraciadamente nací iluso. Un optimista nato no puede pensar siquiera en los males que vienen incluidos en los hombres cuando hacen acto presencia en el planeta. Incluso esa actitud displicente para con lo negativo viene muy bien durante un tiempo; los golpes se sobrellevan de forma admirable y se superan las primeras trabas sin apenas dificultades… mientras éstas son leves. Después, cuando todo adquiere mayor grado de dificultad y los riñones se resienten a los ataques cada vez más cercanos entre sí; cuando las inquinas gratuitas, la pérdida de los amados y las traiciones de las amantes; cuando los fracasos son más que las victorias… Entonces el feo rostro de la vida se muestra en las paredes, en los espejos, en el humo de un cigarro consumiéndose a toda velocidad por culpa de la ansiedad que provoca el miedo a no ser nada, a no ser nadie, sino uno más de la ingente masa de paseantes entre la vida y la muerte, conformados en el neutro gris de una vida gastada de forma absurda.
Golpes, golpes y más golpes a las puertas de una larga y desconocida calle, que en ocasiones se abren para mostrar desconocidos rostros de gentes golpeadas que, airados, cierran en mis narices hartas de recibir golpes, golpes y más golpes. 
Lo entiendo; la felicidad les ha faltado al respeto, como a mí. El generoso mundo pergeñado cuando jóvenes, no es más que otra mentira descubierta por los años y los egoísmos privados. Son huraños y desconfiados porque la vida dice que es más fácil sobrellevar el desengaño siéndolo; yo mismo he caído en tal trance y ya no me rebelo a la injusticia; simplemente refunfuño.
Ni siquiera las tibias aguas de la ducha reconfortan como antes; no puedo disfrutar porque el cansancio y la ofuscación por no encontrar respuestas me dejan. 
Seco y embutido en el viejo chándal de la mili, me arrebujo en mi sillón favorito marcado por los gatos tras años de placenteros afilados de uñas, mientras atrapo el mando de la caja tonta - irónico adjetivar el objeto con el descriptivo de quienes decidimos lobotomizarnos con la estupidez frecuente que nos llega desde la luminosa ventana electrónica-. Un imbécil de pelo blanco y apellido catalán culpa a la oposición de que el gobierno lo hace mal y otro moreno con gafas de pasta y tan imbécil como él otro se acuerda la madre y los padres del presidente del gobierno por haber creado a un ser tan manifiestamente incompetente. Mutuamente se acusan de fascistas… Claro, que también acusan al camarero, los espectadores y al público asistente en el plató de lo mismo. Y yo, que en principio tengo mayor simpatía por el casposo de gafas, acabo cambiando de canal por si la casualidad me acercase a un documental de animales o extraterrestres, o de como se hundió el Titanic si en teoría era insumergible. Pero nada; cuando no hay quince tíos y tías raras metidos en un piso haciendo y diciendo barbaridades que quieren hacernos pasar por cotidianas, mientras en plató hay otros tantos comentándolas como si fueran eruditos del comportamiento humano, me sale un desquiciado en un concurso contando que practica el sexo con su loro mientras su mujer asiente junto a sus suegros en un apartado del escenario, todo por unos euretes y satisfacer el morbo de millones de tarados infelices que olvidan su insoportable insignificancia como personas, así como llenar la cartera de cuatro directivos de la comunicación carentes de la más mínima catadura ética.
Desgraciadamente hoy no es el día, así que busco entre la multitud de películas que enlaté en mis tiempos de obseso de la descarga y los chinos por si me queda alguna que no haya visto… Tampoco. Me tendré que conformar con una peli en blanco y negro que echan en las dos – bendita dos que algún periodista hijo de puta quiere cargarse desde su programa de radio – y, aunque la haya visto, comprobar que hubo un tiempo en el que la belleza se reflejaba en las obras y en los hechos.
Ya; estoy quemado, sí. El mundo se me echa encima como el agua de una presa que revienta y no puedo evitarlo. ¡ Pero sé nadar! No soy yo el que vaya a dejar de dar la cara ante mundos que se vienen encima. Soy tan inconsciente como responsable: Responsable de mis actos por inconsciente, pero también el guerrero tozudo e irresponsable que de manera consciente arriesga todo para doblegar las dificultades. Cada día es más difícil y cansado, pero moriré exhausto, no vencido.
Siempre me gustó la épica… Siempre admiré a las viejas legiones de Flandes y su emblema llevado a la práctica en más de una ocasíon: "Vencer o morir". Pero los héroes, la épica y yo nos nutrimos de ideales que no son el mejor alimento para la supervivencia; así que el final es fácil deducir como se ha escrito, aunque haga lo posible por retardar la instalación de mi lápida: "Aquí yace un soñador, ergo estúpido, que luchó heroicamente por ser alguien. Los que sobrevivimos le admiramos y agradecemos nuestro bienestar. Siempre te recordaremos, Idiota"
En fin, tal vez mañana consiga vender algo; pero será suficiente si veo la cara de una niña sonriente de ojos azules y claros, mientras me ofrece una flor dibujada con su arte de tres años antes de que su madre, temerosa de tanto indeseable humano, la envíe a su cuarto y me cierre la puerta en las narices.
El día me hará creer que aún hay arreglo y volveré a luchar.
Al Guerrero Arriaco se le cierran los ojos. Mi raído chandal de la mili, la cálida infusión y el afecto inagotable de mi vieja gata, siempre hacen efecto. Ahora he de viajar a mi Castillo entre las nubes.
Queden con Dios

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